sábado, 25 de agosto de 2012

En el comienzo


Mi familia, como otras  tantas de nuestro pueblo, había heredado una pequeña fortuna y cierta distincíon, debido a un pasado ligado a la nobleza.
Con solo mirar sin mucho detenimiento en cada rincón de mi hogar, me topaba con los vestigios de aquel próspero pasado.
El escudo de la familia en un bello grabado, sobre la chimenea, los mismo atizadores de hierro forjado, con terminaciones en un bello bronce. La vajilla de fina plata, que mi madre mantenía siempre guardada en el inmenso mueble de roble, con sus detalles en cristal y las rosas que decoraban cada borde con sus aún visibles tonos rojos y carmesí.
De las paredes del corredor colgaban dos pinturas inmensas que siempre llamaron mi atención.
La primera retrataba a una mujer, con la mirada distante, como perdida en el tiempo. La segunda, era de un hombre, esta era mas sombría que la anterio,r debido a los tonos oscuros en el ropaje de la persona representada y tambíen a que notaba algo en su mirada, se veía demasiado severa.
De pequeña imaginaba que el triste semblante de la bella mujer de la pintura, tenía que ver con la prescencia de aquel intimidante hombre que la vigilaba, ya que se habían colocado enfrentados uno con el otro.
Siempre que debía pasar por allí, para llegar al comedor, tenía esa extraña sensación.
Y para darle aún mas dramatismo a ese lugar, al final de aquel corredor, se alazaba una vieja y desgastada armadura, de pie con una enorme espada entre sus manos.
Mi infancia trancurrida en este lugar, fue de lo mas creativa y mi imaginación volaba con cada una de las historias que se me ocurrían solo  al recorrer estos pasillos.